Puede que alguna vez hayas sentido que te molestan ciertas emociones, a veces porque te hacen entrar en estados de incomodidad, vergüenza o culpabilidad, y otras porque te hacen creer que eres víctima de lo que sientes y que no puedes controlarlas. Sin embargo, debes saber que todas las emociones se generan con una intención positiva. Déjame que te lo explique.
La mayoría de nosotros tenemos ideas preconcebidas sobre las emociones, y sentir miedo o tristeza es para nosotros sentir “emociones malas”, pero debemos abrir nuestra mente y trabajar en nuestra autoconsciencia para ser capaces de ver cuál es la intención positiva de cada emoción, y debemos darnos el permiso para hacerlo. Seguro que pensarás: “Pero ¿cómo voy a creer que el miedo tiene algo positivo? Si lo único que hace es paralizarme y alejarme de mis objetivos”. Y es cierto, el miedo puede llegar a difuminar tu valentía, tu talento y tus ganas de comerte el mundo, pero debemos entender que el miedo solo busca ponernos en alerta para percibir potenciales peligros que amenacen nuestra supervivencia y que el problema llega cuando anticipamos demasiados peligros y/o consecuencias catastrofistas nacidos de interpretaciones subjetivas realizadas mientras estamos bajo el efecto del miedo.
Aunque existen muchas clasificaciones de tipos de emociones que se basan en distintos criterios para ser diferenciadas, la mayoría de los autores coinciden en que las emociones se encuentran en un eje que va del placer al displacer, y que su criterio clasificatorio es la valoración del estímulo que las activa. Así pues, según Bisquerra (2009), esto supone asignar una valencia a las emociones según el lugar que ocupen en ese eje dicotómico, siendo así distinguibles a su vez según el adjetivo de “positivas” y “negativas” que le asignemos. Este mismo autor nos presenta la clasificación de Lazarus, que habla de emociones negativas, positivas y ambiguas.
En cuanto a las emociones negativas, este autor las define como tal por tratarse de emociones percibidas y valoradas como desagradables, y que serían, por ejemplo, el miedo, la ira, la ansiedad, la tristeza, la culpa y la envidia. Para llegar a concluir que una emoción nos es desagradable, evaluamos su congruencia respecto a nuestros objetivos personales y, en este caso, esta congruencia no existe, puesto que, en primera instancia, la tristeza puede que nos esté impidiendo activarnos y nos arrastre, si se prolonga, a un estado no deseado. Además, las emociones denominadas negativas requieren de mucha energía y de movilización de recursos para poder afrontar las situaciones de manera más o menos rápida y eficaz.
Al contrario, las emociones positivas son aquellas que nos son agradables y que, además, son congruentes y favorables respecto al logro de nuestros objetivos, y por ello se dice que nos ayudan en nuestro progreso hacia el bienestar. Cabe destacar algo que resalta Bisquerra (2009), que es que estas emociones tienen una dimensión social y otra personal, es decir, que no solo buscan potenciar el bienestar personal, sino también el de los demás. Algunas de las emociones positivas serían la alegría, el amor, el afecto, el alivio y la felicidad.
Por último, en cuanto a las emociones ambiguas, son denominadas de esta manera por su carácter neutro e indefinido respecto a su congruencia con nuestro objetivo. Pueden ser positivas o negativas según las circunstancias, pero se parecen a las primeras por su brevedad y a las segundas en cuanto a la movilización de energía y recursos para el afrontamiento.
Hay algo realmente importante y es que no podemos dejar de sentir emociones, no podemos estar ante un estímulo que te genere una emocionalidad equivalente a la tristeza y simplemente dejar de sentirla, no sin un trabajo de introspección y reflexión previo que te permita entenderla para poder gestionarla y redirigirte a una emocionalidad distinta. Ah, y otra cosa, que sientas emociones negativas no implica que tú seas malo o tengas “cosas negativas” en tu interior. Como te decía, es inevitable que se generen ciertas emociones en nosotros ante ciertos obstáculos o adversidades, lo que sí puedes controlar es qué hacer con dichas emociones y qué poder darles sobre ti.
Sea como sea, el objetivo de este post es hacerte llegar que todas las emociones son buenas y que todas vienen con un mensaje que demanda una acción. Podemos escoger responder a esta demanda o no (y esto supondrá un coste o un beneficio), pero debemos legitimar todas las emociones que sintamos, puesto que todas merecen ser escuchadas y merecen su espacio. El problema es que, de tanto denominarlas “emociones negativas”, nos hemos creído que son enemigas, hemos asumido que el miedo, la tristeza, la ira y el asco están aquí para dificultarnos la vida e impedirnos que lleguemos a nuestros objetivos. Sin embargo, quiero reiterarte la idea de que todas las emociones son necesarias, y que estas que denominamos negativas fueron absolutamente vitales para la supervivencia y la evolución de nuestra especie.
Les hemos extirpado a las emociones negativas su potencial positivo, pero si interiorizamos que cada emoción tiene su razón, no nos dará tanto miedo experimentarlas, explorarlas y legitimarlas.
TIPOS DE EMOCIONES
A menos que a lo que nos estemos enfrentando sea un tigre feroz a punto de comernos, de nada nos sirve ceder siempre a las emociones del miedo, la rabia o la tristeza sin indagar en ellas y preguntarse qué intención positiva está tras ellas.
MIEDO: El miedo nos protege, nos avisa de que hay un peligro potencial y nos pone en alerta para que nuestra capacidad de análisis de la situación se agudice y a su vez podamos recurrir de manera rápida a nuestros recursos personales para enfrentar ese peligro. Así pues, su principal intención positiva es avisarnos de una amenaza para que podamos protegernos, y es por ello que nuestro cuerpo se pone en tensión y nos ponemos nerviosos, para estar alerta y hacer lo que sea necesario. No hace falta que se trate de un peligro como los que te estás imaginando, puede que se trate simplemente de una presentación que tienes que hacer y en la que el miedo te hace realizarte una serie de preguntas como: ¿Qué haré si me quedo en blanco? ¿Qué pasará si el ordenador no funciona? Si bien es cierto que estas preguntas llevadas al extremo pueden provocar que entres en un bucle catastrofista, en su dosis adecuada (que es para la que la intención positiva de la emoción es posible), te ayudará a que te prepares para todos los “peligros potenciales” y, si esos momentos llegan, no te quedes bloqueado, sino que los superes con éxito.
TRISTEZA: En el caso de la tristeza, ésta nos invita a parar y pensar en aquello que hemos perdido y a tomar conciencia del valor que ello tiene o tenía para nosotros. Esta emoción fomenta que nos apetezca vivirla en soledad y estar tranquilos para crear las condiciones óptimas para reflexionar. Es necesario permitirnos sentir la tristeza, siempre que, igual que te decía con el miedo, no se convierta en un estado permanente que nos atrape y que no nos permita indagar en dicha emoción ni reflexionar sobre sus orígenes y su naturaleza. Debemos darnos el permiso para hacerlo, solo así podremos gestionar aquellos episodios dolorosos que hayan generado esta emoción. Si nos negamos a sentir tristeza, la esquivamos, o buscamos taparla con mensajes tipo “yo soy fuerte, puedo con todo”, debemos ser conscientes de que tarde o temprano deberemos afrontar la realidad, e irlo postergando será peor a largo plazo. La tristeza está asociada a cambios de nuestra vida (generados por situaciones de un tipo u otro) y nos aporta tiempo útil y espacio para la introspección y para expresar de manera funcional, sana y adaptativa todo aquello que sentimos.
RABIA: La intención positiva de esta emoción es avisarnos de que se ha sobrepasado alguno de nuestros límites (consciente o inconscientemen-te), de que alguna de nuestras necesidades no está siendo cubierta (por ejemplo, la necesidad del reconocimiento) o de que estamos presenciando o viviendo alguna situación injusta para nosotros. Esta emoción nos da energía para actuar y pedir respeto y luchar por cubrir nuestras necesidades o que, al menos, sean escuchadas.
ASCO: La intención positiva de esta emoción implica avisarnos de que algo puede contaminarnos y ponernos en peligro. Puede aplicarse a una pieza de fruta podrida o a alguien que nos haya traicionado y que, por tanto, también pueda perjudicarnos. Aquí debo especificar que existe una connotación cultural respecto a esta emoción, puesto que no nos producen asco las mismas cosas a todos los seres humanos. Por ejemplo: los escarabajos fritos pueden dar asco a los ciudadanos de ciertos países, pero no a otros.
Así pues, ya habrás visto que realmente existe una finalidad positiva tras cada emoción y que el problema no viene cuando sentimos aquellas que tienen una valencia negativa, sino cuando nos dejamos llevar por ellas de manera indefinida sin reflexionar ni desgranarlas y terminan convirtiéndose en emociones disfuncionales. La tristeza puede ser funcional en su justa medida por los motivos que ya os he expuesto, pero llevada al extremo puede transformarse en depresión, con todo lo que eso conlleva (apatía, inactividad, etc.). Quiero reiterarte la idea de que las emociones son como señales de alerta que nos avisan de que nuestro cuerpo y/o nuestra mente tiene ciertas necesidades que debemos atender, como lo serían otras señales con las que estamos más familiarizadas como el hambre, que nos avisa de que nuestro cuerpo necesita ingerir alimentos para recuperar energía, o el sueño, que nos indica que necesitamos descansar.
Sé valiente y admítete a ti mismo que eres responsable de lo que haces con las emociones que sientes. Tú y nadie más, ¡así que deja de responsabilizar a tu entorno! Y fíjate que hablo de responsabilidad y no de culpabilidad, porque tu gestión y autonomía emocional está en tus manos, tienes las herramientas para ello. Es un trabajo que requiere predisposición y entrenamiento, pero el hacerlo puede proporcionarte uno de los mayores regalos que se le puede hacer al ser humano: la libertad. Es realmente importante y condicionante el hecho de posicionarnos en una posición de seres con responsabilidad y capacidad para llevar a cabo esta gestión emocional. Fíjate en estos dos distintos planteamientos de una misma realidad:
¿Cómo podría ser infeliz teniendo tantas oportunidades y herramientas para construir mi vida?
¿Cómo podría sentirme contento/a estando rodeado de tantísimos problemas?
Como siempre, lo que marca la diferencia es dónde pongas el foco y con qué gafas observes tu vida: en la interpretación de las emociones, nuestros pensamientos, creencias y experiencias juegan un papel realmente importante, y es por ello que, tanto desde la psicología como desde el coaching, se trabajan tanto estas áreas, porque nuestra realidad se construye no tanto según lo que vivimos sino según cómo interpretamos eso que vivimos.
Para finalizar, te propongo los siguientes ejercicios:
1. Hazte las siguientes preguntas:
¿Cuál es la intención positiva de mi miedo o tristeza?
¿Qué está intentando decirme esta emoción sobre mi vida o mi situación?
¿Qué aspectos estoy inhibiendo o dejando ocultos sobre mí mismo/a al no querer explorar estas emociones?
¿Qué necesidad está tapando mi emoción?
2. Establece una conversación con esa emoción que te incomoda. Te presento un fragmento de la mía: “Miedo, gracias por avisarme de que algo que para mí es importante está en riesgo. Como yo reaccione ya depende de cómo yo interprete y gestione esa emoción, pero ¿qué estás protegiendo que para mí es valioso? ¿Qué asunciones o creencias subyacen estos pensamientos que me impiden explorarte? ¿Qué prueba puedo realizar que me permita conservar eso que me importa y también conseguir eso que quiero?”
Bueno, ¿qué te pensamientos te generan las emociones que estás sintiendo? ¿Las estás identificando, gestionando y usando de manera constructiva? ¿O las estás negando, rechazando o incluso reprimiendo porque no las entiendes o te resultan desagradables e incómodas? Me encantará leerte.
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